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Esdras y la Restauración: La Tierra, la Gente y la Biblia

por: Peter J. Fast, Asistente Director Nacional, Canadá

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EL LIBRO DE ESDRAS resuena con el concepto crucial y la poderosa verdad de la restauración. La palabra hebrea para “restaurar” es shuv, que significa regresar a un estado anterior, restaurar o volver atrás. Puede implicar la acción física de regresar o referirse a un volver espiritual de un mal camino hacia Dios. La connotación espiritual pone el énfasis en la motivación correcta de apartarse del pecado y regresar al Señor. Dios toma Su lugar legítimo como el punto importante del shuv, y el pecado adquiere una posición secundaria. El libro Estudio de Palabras del Antiguo Testamento de Wilson [Wilson’s Old Testament Word Studies] explica que “la conversión o el volverse a Dios” es “un cambio de dirección o un regreso hacia Aquel de quien el pecado nos había separado, a quien pertenecemos por causa de la creación, la preservación y la redención.”

La restauración es fundamental en el libro y en la vida de Esdras, tanto en su realidad física, mientras el pueblo judío regresaba a la Tierra de Israel, como en su realidad espiritual, mientras se arrepentía y regresaba a Dios. Tres áreas claves surgen de esa idea central: la restauración de la tierra, la restauración de la gente y la restauración de la Biblia. Vemos cómo el amor y la misericordia de Dios, junto con Su voluntad y Su pacto, se manifiestan en cada una de esas tres áreas.

Curiosamente, esas mismas áreas son importantes en la restauración del moderno Estado de Israel durante el siglo 20. La restauración en los días de Esdras se observa en el renacimiento del estado judío miles de años después.

Antes de sumergirnos en el mundo de Esdras, examinemos otro concepto relacionado con la restauración, que es la fidelidad de Dios, o emuná en hebreo. Eso expresa la fidelidad eterna de Dios respecto a Su pacto con Abraham (Gen. 17; Sal. 105:7-11), la que sustenta Su relación con el pueblo judío y la continuada existencia de Israel. Su gran fidelidad es la que también dio a luz a la Iglesia en Pentecostés (Hechos 2) durante el primer siglo. La Iglesia, un renuevo de olivo silvestre que Dios injertó fielmente en el olivo de Israel, no tenía el propósito de reemplazar a Israel, sino de recibir vida, apoyo y nutrición de la raíz del pacto abrahámico, como lo explicó el apóstol Pablo en Romanos 11. “Digo entonces, ¿Acaso ha desechado Dios a Su pueblo? ¡De ningún modo!…Dios no ha desechado a Su pueblo, al cual conoció con anterioridad” (vs. 11:1-2a).

Trasfondo del Ministerio de Esdras

Esa fidelidad de Dios se ve claramente cuando observamos la historia del pueblo judío mientras atravesaba tiempos muy difíciles. La Biblia registra la devastación ocasionada por los ejércitos del rey Nabucodonosor de Babilonia contra el reino de Judá y Jerusalén (2 Reyes 24-25; 2 Crón. 36) en 586 a.C. Los babilonios destruyeron el Templo de Salomón y mataron a una gran multitud. Después de la destrucción, cientos de miles de personas, la crema y nata de la sociedad judía, fueron llevados a Babilonia, más de 1,207 km al este. Sólo los campesinos judíos pobres permanecieron en la Tierra, y apenas pudieron sobrevivir.

Sin embargo, mucho antes de la devastación, Dios le había revelado a Jeremías que Babilonia entraría bajo juicio a causa de la maldad de Judá. Jeremías registró las profecías de Dios a Judá respecto a esas amenazas, diciendo. “Toda esta tierra será desolación y horror, y estas naciones servirán setenta años al rey de Babilonia” (Jer. 25:11). Sin embargo, ese informe angustiante fue atemperado con esperanza: “Pues así dice el SEÑOR: ‘Cuando se le hayan cumplido a Babilonia setenta años, Yo los visitaré y cumpliré Mi buena palabra de hacerlos volver a este lugar’” (Jer. 29:10). Ciento cincuenta años antes, Isaías también había profetizado acerca de la futura restauración de Judá, incluso nombró al rey a quien Dios usaría para restaurar al pueblo judío en la Tierra y reconstruir el Templo. “El que dice de Ciro: ‘El es Mi pastor, y él cumplirá todos Mis deseos,’ y dice de Jerusalén: ‘Será reedificada,’ y al templo: ‘Serán echados tus cimientos’” (Isaías 44:28).

La Sala 55 del Museo Británico en Londres, Inglaterra, alberga el “Cyrus Cylinder” (Cilindro de Ciro). El cilindro de arcilla cocida se remonta al siglo 6 a.C. y lleva un mensaje tallado en escritura cuneiforme acadia. Ese antiguo documento fue publicado por Ciro el Grande de Persia en el año 539 a.C., después de quitarle la ciudad de Babilonia a Nabónido, rey de Babilonia y padre de Belsasar, terminando así con el Imperio Neo-babilónico (Dan. 5-6).

Después de esa conquista, Ciro extendió libertad a los judíos exiliados de Judá, cumpliendo las profecías del Dios de Israel. La esperanza de los judíos exiliados en Sus promesas fue hecha realidad después de 70 años de exilio. Matthew Barrett explica en None Greater: The Undomesticated Attributes of God [Ninguno Más Grande: Los Atributos No-Domables de Dios] que el cumplimiento de la promesa se basaba en la fidelidad de Dios, que es intrínseca a Su naturaleza. “Él no cambia quién es (Su esencia); por lo tanto, Él no cambia en lo que dice y hace (Su voluntad). Él no negará Sus promesas hechas en pacto con Abraham, Isaac y Jacob [ver Mal. 3:6]. Sí, Israel ha sido infiel al pacto, pero el Señor ha sido y seguirá siendo fiel.”

Restauración de la Tierra

El libro de Esdras nos sumerge en las complejidades de ese momento tan retador en la historia. Los judíos habían regresado a su tierra para encontrarla desolada. Aunque la restauración había comenzado, más tiempos difíciles se avecinaban. Esdras 1:1 mira hacia atrás en la historia y recuenta el momento cuando Ciro emitió por primera vez su decreto de que los judíos podrían regresar a Israel. Ya habían pasado setenta años desde esa proclamación que abrió la puerta a casi 43,000 exiliados para que pudiesen regresar a Jerusalén bajo el liderato de Zorobabel. “Y en el primer año de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del SEÑOR por boca de Jeremías, el SEÑOR movió el espíritu de Ciro, rey de Persia, y éste envió a proclamar de palabra y también por escrito, por todo su reino…” (2 Crón. 36:22-23).

La primera tarea que tenía Zorobabel era reconstruir el Templo, seguido por la restauración física de las ciudades y la tierra. La Tierra de Israel había pagado un alto precio durante la invasión babilónica. Era una práctica común en las guerras antiguas el dejar devastada la agricultura para privar a sus enemigos de alimento, el derribar sus árboles que pudiesen suministrarles armas de guerra, destruir sus caminos e infraestructura, incendiar la vegetación, arrasar las ciudades y demoler tanto a los humanos como a los animales. Por medio de esa práctica, un ejército invasor podría arruinar una tierra que una vez era rica y próspera. Los exiliados que regresaban a Judea tenían que restaurar la tierra, plantar cultivos y árboles, reconstruir casas y ciudades, y levantar nuevas defensas. Sin embargo, no podían hacer eso solos, y dependían del favor y la bendición de Dios.

Cuando Esdras llegó a Jerusalén (Esdras 7), la gente se había vuelto temerosa y había perdido su visión, ya que los enemigos que los rodeaban los amenazaban e intimidaban constantemente. Se sorprendió al ver a la ciudad desprotegida y todavía con gran necesidad de restauración, a pesar de que habían pasado varias décadas desde los días de Zorobabel. Esa fue la misma agonía que sintió Nehemías cuando escuchó que los muros de Jerusalén todavía estaban en ruinas (Neh. 1:3). Dios encendió una llama en el corazón de Nehemías y le permitió recibir el permiso del rey Artajerjes para regresar a Jerusalén y reconstruir los muros en solo 52 días (Neh. 6:15).

Miles de años después, el pueblo judío regresaría nuevamente a la tierra de sus antepasados ​​después de casi dos mil años de dispersión en la diáspora. A finales del siglo 19, décadas antes del nacimiento del moderno Estado de Israel, encontraron que su tierra ancestral estaba en las mismas condiciones que en los días de Zorobabel. Después de tanta devastación, también fue abusada en los cuatro siglos anteriores por el gobierno turco. Estaba destruida y abandonada. Carecía de árboles y de suelo adecuado para la agricultura, y estaba llena de pantanos plagados de malaria. Como describió Mark Twain en 1869 a través de su libro The Innocents Abroad: “En ninguna parte de la tierra desolada se encontraba una pizca de sombra, y nos moríamos de calor​… [en] esta tierra ardiente, desnuda y sin árboles.” El conservacionista de suelo Walter Clay Lowdermilk escribió en 1938: “La Tierra Santa pudiera ser recuperada de su desolación a causa de tanto tiempo de abandono y despilfarro para proporcionar granjas, industrias y seguridad a posiblemente cinco millones de refugiados judíos… Pero ha pasado de ser ‘una tierra que fluye leche y miel’ a una tierra de desolación” (ver Deut. 29:22-29). Sin embargo, esos increíbles pioneros judíos, como sus antiguos ancestros, transformaron la tierra en un Jardín del Edén. Ese es el moderno milagro evidente a cualquiera que visite la Tierra de Israel en el siglo 21.

Restauración de la Gente

Esdras 1:1 al 4:5 relata la primera ola de exiliados que regresaron a Jerusalén y reconstruyeron el altar del Señor sobre las ruinas del Templo. Leemos que los “sacerdotes y levitas y jefes de casas paternas,” quienes ya eran ancianos y recordaban el esplendor del Primer Templo, “cuando se echaban los cimientos de este templo delante de sus ojos, lloraban en alta voz” (Esdras 3:12). Al mismo tiempo, “muchos daban gritos de alegría. Eso revela la contradicción de reacciones entre la gente (ver Hag. 2:3). Para los jóvenes judíos nacidos durante el exilio, no había memoria del Primer Templo. El altar restaurado ante ellos les era motivo de celebración. La restauración de Dios había llegado. Sin embargo, para la generación anterior era un momento agridulce, recordatorio de la antigua gloria que había tenido el Templo de Salomón.

Los exiliados que regresaban se vieron sometidos a una creciente presión por parte de sus vecinos supuestamente bien-intencionados. Esas tribus circundantes inicialmente ofrecieron adorar a Dios junto con los judíos. Cuando Zorobabel declinó, rápidamente se convirtieron en “adversarios de Judá” (Esd. 4:1). Las tribus extranjeras que afligían al pueblo judío habían sido importadas a Samaria por el rey asirio Senaquerib (2 Rey. 17:24-41), y luego se les conoció como samaritanos (Jn. 4:19–22). Afirmaban adorar y buscar al Dios de Israel desde los días de Esar Hadón (Esd. 4:2; 2 Rey. 19:37), el hijo y sucesor de Senaquerib. En verdad, esos samaritanos habían adoptado una versión distorsionada de la fe judía, sacrificando al Dios de Israel así como a sus propios ídolos.

Después de describir algunos de sus muchos problemas, Esdras desvió su relato del Templo y avanzó en tiempo para enfocarse en las amenazas durante el período de reconstrucción de las murallas de la ciudad, según se describe en el libro de Nehemías. Esdras registra que esos enemigos de Israel difundieron mentiras sobre su propósito de reconstrucción y enviaron cartas para desacreditar a los judíos ante los reyes persas. Los enemigos de Israel, durante el tiempo de Nehemías, tenían un plan sencillo: hacer parecer que los judíos se rebelaban contra Persia, socavando así los deseos anteriores de Ciro el Grande y deteniendo la reconstrucción de los muros. Aunque los esfuerzos de los enemigos de Israel finalmente demostraron ser falsos, lograron interrumpir la reconstrucción por un tiempo hasta el segundo año del reinado del rey Darío I.

En Esdras 5-6, el relato regresa al Templo con las profecías de los profetas Hageo y Zacarías, quienes inspiraron a la gente para que completara el Templo: “Y los ancianos de los Judíos tuvieron éxito en la edificación según la profecía del profeta Hageo y de Zacarías, hijo de Iddo. Y terminaron de edificar conforme al mandato del Dios de Israel y al decreto de Ciro, de Darío y de Artajerjes, rey de Persia” (Esdras 6:14). El templo se terminó en el tercer día de Adar, en el sexto año del reinado del rey Darío (6:15). La palabra de Dios dada a Isaías más de 200 años antes llegó a su cumplimiento. La gente dedicó el Templo restaurado con los apropiados sacrificios (6:16-18) y celebró la Pascua y la Fiesta de los Panes sin Levadura (Esd. 6:19–22) en el día 14 del primer mes (ver Éxodo 12:3-10; Deut. 16:1–3).

Esdras sabía que la gente tendría que estar dispuesta a humillarse y dedicarse al Señor para producir una verdadera restauración. Dios lo había elegido a él, un hombre descrito como sacerdote y escriba, “instruido en las palabras de los mandamientos del SEÑOR y de Sus estatutos para Israel” (Esd. 7:11). Guiaría a la gente con su ejemplo y les enseñaría a apreciar la Palabra y los mandamientos del Señor. El rey Artajerjes conocía a Esdras como “escriba de la ley del Dios del cielo” (v. 12), testimonio sobre el impacto y la influencia que Esdras ejercía en los tribunales de Babilonia. Tenía el favor de Dios cuando partió de Babilonia (Esd. 7:9, 8:1-36), y llevaba una carta de apoyo por parte del rey Artajerjes (Esd. 7:13–26).

Esdras fue elegido por Dios para llevar avivamiento a Su pueblo, el cual luchaba por su restauración. El judaísmo coloca a Esdras en un lugar altamente estimado entre los líderes de la Gran Asamblea. Según el rabino Binyamin Lau, “la gobernación de Esdras, y la de Nehemías que siguió poco después, marca el comienzo de lo que conocemos como el período de los ‘Hombres de la Gran Asamblea’. Los últimos profetas, Hageo, Zacarías y Malaquías, todos pertenecieron a ese período del Retorno a Sión.”

El Pirkei Avot (“Ética de los Padres,” que es un comentario sobre la Mishná, primera redacción de la tradición judía) analiza la posición de la Torá (Gen. a Deut.) respecto a la ética y las relaciones interpersonales. Ese escrito incluye una declaración fascinante que muestra el rol de Esdras entre otros gigantes de la fe. Dice: “Moisés recibió la Torá en el Sinaí, la pasó a Josué, y Josué la pasó a los ancianos, y los ancianos la pasaron a los profetas, y los profetas la pasaron a los Hombres de la Gran Asamblea” (1:1A).

Cuando Esdras regresó a Jerusalén, estaba listo a enfrentar los problemas pecaminosos entre la gente, no por su propia fuerza, sino por la fuerza del Dios vivo. El pecado andaba rampante, y muchas de las personas, incluso los sacerdotes y los levitas, se habían casado con mujeres idólatras y extranjeras (Esd. 9), en contra de los mandamientos de Dios (ver Deut. 7:2-5; Jos. 23:11-13). Esdras enfrentó eso con llanto, ayuno y oración para que la gente (Esd. 9:3-15, 10:1) regresara (shuv) al Señor. Escuchó a los líderes arrepentidos (Esd. 10:2-4) y emitió una acción disciplinaria (Esd. 10:5), lo que condujo a que las personas se divorciaran de sus esposas paganas y se arrepintiesen.

Restauración de la Biblia

Durante la época de Esdras, no todos los libros que comprenden el Tanaj (nuestro Antiguo Testamento) aún habían sido escritos. Su “Biblia” habría incluido sólo los primeros cinco libros de Moisés y otras Escrituras a las que tenían acceso, como algunos escritos históricos, poéticos y proféticos. En todo caso, creo que la palabra “Biblia” nos debe comunicar el concepto de todas las Escrituras y la Palabra de Dios según recopilada más tarde en la historia.

El pueblo judío reconoció a Esdras como modelo en la veneración y aplicación de la Palabra. El Talmud (comentario rabínico sobre la tradición judía posterior a la recopilación de las Escrituras Hebreas) lo describe como “digno de haber recibido la Torá, si Moisés no lo hubiera precedido.” Esdras era un escriba y experto en la Torá. La enseñó a la gente y los trajo a todos de vuelta a la Palabra de Dios, valorándola así como la sangre que corría por sus venas, según demostrado en Nehemías 8:5–6: “Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo, pues él estaba en un lugar más alto que todo el pueblo; y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso en pie. Entonces Esdras bendijo al SEÑOR, el gran Dios. Y todo el pueblo respondió: ‘¡Amén, Amén!,’ mientras alzaban las manos. Después se postraron y adoraron al SEÑOR rostro en tierra.”

Esa reacción de la gente es fenomenal. Nehemías 8:9 nos da otro vistazo: “Entonces Nehemías, que era el gobernador, y Esdras, el sacerdote y escriba, y los Levitas que enseñaban al pueblo, dijeron a todo el pueblo: ‘Este día es santo para el SEÑOR su Dios; no se entristezcan, ni lloren.’ Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la ley.”

Esdras es también considerado como uno de los maestros supremos en la historia judía. El rabino Nosson Scherman resume la prominencia atribuida a Esdras en su Tanaj: The Stone Edition: “Él y los Hombres de la Gran Asamblea devolvieron la corona de la grandeza de Dios a su antiguo esplendor, enseñando a generaciones sucesivas a buscar Su mano benéfica tras la neblina de la historia y la ascendencia efímera de los impíos. Esa enseñanza iluminará al universo cuando la Redención final se aproxime.”

Debemos tomar en serio esos ejemplos de adoración, arrepentimiento y quebranto espiritual durante nuestra época moderna en la que el analfabetismo bíblico está rampante en la Iglesia. La Palabra de Dios es nuestra ancla en este mundo que, con frecuencia, parece estar girando fuera de control. Su Palabra nos mantiene firmes, nos dirige hacia Él, calma nuestros corazones y nos muestra Su voluntad. Y así como en los días de Esdras, Él es fiel para restaurarnos.

 

Traducido por Teri S. Riddering,
Coordinadora Centro de Recursos Hispanos

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Bibliografía

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