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El mar y el río

por: Rvdo. Peter J. Fast, Presidente Ejecutivo electo

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Si alguien fuera desafiado con la tarea de elegir el milagro más grande que se encuentra en la Biblia, sin duda muchas personas podrían decidirse por la división del Mar Rojo y el cruce de los israelitas en tierra firme. El puro drama del milagro es asombroso. Las estimaciones sitúan fácilmente a la población israelita entre 1.5 y 3 millones de antiguos esclavos liberados de la esclavitud y sacados por Moisés después de las diez maravillas (plagas) de Dios contra Faraón y Egipto. Tras la lectura inicial, esto pareciera el final de la historia: un triunfo estilo “felices por siempre”. Los lectores primerizos podrían tener la tentación de sentarse en sus sillones con una sonrisa y aplaudir. ¡Dios triunfó y liberó a Su pueblo! O ¿realmente lo hizo?

Si esos lectores primerizos continuaran con el relato del Éxodo, se sorprenderían al encontrar en el texto un giro aterrador de los acontecimientos, que presentaría un grave problema. Faraón aún no había terminado con Israel; este “dios-rey” egoísta y totalitario se negó a ceder. A pesar de que Dios le advirtió a Moisés en Éxodo 14:4 que Faraón estaba lejos de ser derrotado y que Dios “sería glorificado por medio de Faraón”, los lectores primerizos sin duda llegarían a la orilla del Mar Rojo junto a Israel con la cara pálida de suspenso. En el supuesto momento de la gloriosa liberación, una masacre potencial de los israelitas se vislumbraba en el horizonte. ¿Qué iba a pasar?

El clímax se intensificaría rápidamente. Los lectores casi podrían escuchar los gritos de guerra y el estruendo ensordecedor de los carruajes cuando Faraón reunió a su vasto ejército de carros (Éx 14:5-9) y alcanzó a los hijos de Israel, quienes se encontraron rodeados por un obstáculo imposible: el Mar Rojo. “Al acercarse Faraón, los israelitas alzaron los ojos, y vieron que los egipcios marchaban tras ellos. Entonces los israelitas tuvieron mucho miedo y clamaron al Señor” (Éx 14:10). Parecería que se habría perdido toda esperanza; que el ahogamiento de los niños hebreos recién nacidos en el Río Nilo (Éx 1:22) se opacaría en comparación con la atroz intención del ejército de Faraón. Parecería que la historia terminaría con la masacre a gran escala de la población hebrea, con unos pocos sobrevivientes siendo explotados hasta la muerte como esclavos.

Con fe Josué le dijo a los sacerdotes que levantaran el Arca del Pacto y se prepararan para cruzar el Jordán.

Sin embargo, como una catapulta que lanza un misil, Dios catapultó a Israel hacia la meta. Dividió el Mar Rojo y los hijos de Israel lo cruzaron en seco, mientras que el dictador Faraón y su ejército de siervos fueron destruidos por las aguas que chocaron contra ellos después de perseguirlos. “Aquel día el Señor salvó a Israel de mano de los egipcios. Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar. Cuando Israel vio el gran poder que el Señor había usado contra los egipcios, el pueblo temió al Señor, y creyeron en el Señor y en Moisés, Su siervo” (Éx 14:30-31).

En las costas otra vez

El milagro del cruce del Mar Rojo es el gran clímax del pacto de fidelidad de Dios con Su pueblo Israel, basado para siempre en Su palabra a Abraham (Gn 12:2-3,15), Isaac (Gn 17:19-21) y Jacob (Gn 28:3-4, 13-15). Sin embargo, muchas personas hoy en día a menudo pasan por alto otro cruce acuático lleno de acontecimientos para Israel: la división del Río Jordán en el libro de Josué. A primera vista, este cruce parece muy elemental, como un anticlímax trivial en comparación con un vasto mar que se abre repentinamente con sus aguas explotando en el aire y formando paredes literales de líquido retenido por la mano de Dios.

La razón por la cual el cruce del Río Jordán a menudo se minimiza en la mente de las personas puede deberse a dos posibles problemas. El primer problema radica en la palabra “río” en oposición a “mar”, con la primera palabra evocando imágenes de un cuerpo de agua estrecho y sinuoso. El segundo problema potencial es el estado actual del Río Jordán. A primera vista, a menudo pareciera como si pudieras saltar sobre él con un buen impulso. Sin embargo, considera otros dos ríos. El Río Misisipi tiene un promedio de 1.6 km (una milla) de ancho, mientras que el Río Nilo tiene un promedio de 2.7 km (1.7 millas) de ancho. Estos dos ríos serían extremadamente complicados de vadear para toda una nación de gente a pie, incluido el ganado. De hecho, cruzar un río es tremendamente peligroso y el riesgo de ahogarse es muy alto. Además, los eruditos creen que durante el período bíblico de Josué, cuando los israelitas llegaron a las orillas del Río Jordán, habrían inspeccionado una masa de agua de más de 100 m (300 pies) de ancho o posiblemente más. Josué 3:15 también declara que el río se había desbordado porque era el tiempo de la cosecha.

Para los hijos de Israel, el Río Jordán habría parecido otro obstáculo imposible de cruzar. Dios había salvado a los israelitas de Faraón y los había guiado por el desierto durante 40 años. Sin embargo, ahora, después de la muerte de Moisés y el nombramiento de Josué, la nación se encontraba en la frontera de la Tierra Prometida y otro obstáculo se les presentaba.

La Escritura nos dice que acamparon a orillas del Río Jordán durante tres días (Jos 3:2). Entonces los oficiales despertaron a la gente, anticipando que Dios de alguna manera los traería a la Tierra. En este momento, ocurrieron tres cosas. Primero: Josué instruyó al pueblo a santificarse porque creía que Dios obraría “maravillas” para la nación (v. 5). Qué increíble fe demostró Josué. Segundo: Josué les dijo a los sacerdotes que recogieran el Arca del Pacto y se prepararan para cruzar el Jordán (v. 6). Aun así, la fe de Josué permaneció fuerte. Tercero: Dios mismo instruyó a Josué para que transmitiera un mensaje a los sacerdotes para que entraran en el agua con el Arca y se pararan en el Jordán (v. 13). Lo que sucedió a continuación hizo eco del milagro del cruce del Mar Rojo. ¡El Río Jordán se dividió (Jos 3:14-17) y los israelitas lo cruzaron en seco!

Él divide las aguas embravecidas, planta nuestros pies en tierra firme y asegura el avance.

El Dios de los avances

Recientemente, un compañero líder cristiano aquí en Israel me recordó: “Dios es el Dios de los avances”. Vemos un avance en toda su grandeza cuando examinamos los cruces del Mar Rojo y el Río Jordán. Los paralelos entre los dos relatos son asombrosos y hablan de la poderosa fidelidad del pacto de Dios para con Su pueblo. Su amor inquebrantable (jésed) es inmutable y perdurable. Examinemos otro paralelo.

En Éxodo 7:5, Dios le informó a Moisés que todo lo que haría para liberar a los israelitas de la esclavitud en Egipto tenía un propósito. Antes de que alguna de Sus maravillas asombrara a Egipto, Dios le dijo a Moisés: “Los egipcios sabrán que Yo soy el Señor, cuando Yo extienda Mi mano sobre Egipto y saque de en medio de ellos a los israelitas”. En otras palabras, todo lo que sucedería reforzaría quién es el verdadero Dios en la mente de los egipcios y los israelitas. Egipto, con todos sus ejércitos, sacerdotes, templos, pirámides y dioses sería reducido a la miseria por una demostración de pesadilla del poder, las maravillas y el juicio de Dios.

Faraón sin duda creía que Egipto era una civilización de orden y luz. Sin embargo, bajo un fino velo de grandeza existía un Egipto envuelto por el caos y la barbarie. Los egipcios eran una civilización y un pueblo esclavo de sus dioses. Desde esta posición explotaron a los israelitas, los esclavizaron, masacraron a sus hijos y destruyeron a sus familias en un intento de aniquilar su identidad. Sin embargo, Dios trajo el caos (plagas) al orden de Faraón para que Él pudiera mostrar Sus poderosas maravillas y recordarle a todo Egipto e Israel de dónde proviene el verdadero orden. Para el egipcio pagano, debió sentirse como el fin del mundo con ríos de sangre, enjambres de ranas, oleadas de piojos, la oscuridad espantosa y la muerte terrible de los primogénitos. Dios había declarado la guerra contra Faraón y contra los dioses de Egipto (Éx 12:12; Núm 33:4) para rescatar a Su pueblo.

Todo lo que Dios hizo en el relato del Éxodo se trataba de restablecer el orden y vencer el caos. ¡De esta manera, Él recibió la gloria y mantuvo Su fidelidad de pacto (Gn 15:13-14; Jer 31:35-37)! Lo increíble es que después de las plagas, muchos de los egipcios se unieron a los israelitas, convencidos del poder supremo del Dios de Israel sobre sus impotentes deidades y su débil Faraón, que no lograron evitar la devastación de su imperio (Éx 12:36,38).

Así como los egipcios fueron confrontados por el Señor Dios de Israel a través de las maravillas y los juicios ejecutados en Egipto, el propósito de cruzar el Río Jordán es de naturaleza similar: que las naciones conozcan la mano poderosa del Señor y que Israel le tema y lo honre. “Porque el Señor su Dios secó las aguas del Jordán delante de ustedes hasta que pasaron, tal como el Señor su Dios había hecho al Mar Rojo, el cual Él secó delante de nosotros hasta que pasamos” (Jos 4:23-24).

El poder de Dios traspasó las tinieblas en las tierras de Egipto como fragmentos de luz y los egipcios temblaron ante Sus asombrosas maravillas. Asimismo, la luz había cruzado el Río Jordán, dejando atrás la oscuridad del desierto. Ahora, el caos de la tierra en la que habitaban los cananeos experimentaría la poderosa mano del Señor al traer orden y juicio (ver Gn 15:16). Los israelitas cruzaron el Mar Rojo dividido para llegar al Sinaí, donde recibieron la Torá (Gn-Dt): la Palabra del Pacto. De manera similar, Josué condujo a los israelitas a través del Río Jordán dividido para entrar en la Tierra del Pacto. En ambos casos, los israelitas fueron sacados del caos e introducidos al orden y la voluntad de Dios para ellos, lo que tendría un impacto en las naciones.

Este tema se repite a lo largo de las Escrituras, vemos cómo Dios usa a Israel como un estandarte o una señal para que las naciones se den cuenta y experimenten Su gloria y carácter de pacto (Gn 12:3; Is 11:9-12, 19:18-25; Sal 117). El pacto eterno de Dios con Israel —a pesar de su desobediencia algunas veces, en su historia— es una gran noticia para todos los que claman a Él. Nos da seguridad de Su carácter inmutable (Sal 105:8-11, Rom 11:29). Es cierto que hay consecuencias por las acciones descarriadas, y a veces duele porque caminar con Dios en este mundo no es para los débiles de corazón. Sin embargo, Dios es misericordioso y llama a Israel para que regrese a Él. Él traza Su gloriosa voluntad para ellos, al mismo tiempo que los llama a andar en Sus caminos. Las Escrituras describen un período futuro que el mundo verá, tanto para Israel como para las naciones, con la creación alcanzando su cenit en lo que describimos como la ‘Era Mesiánica’ (Ez 36:22-38) donde las naciones fluirán hacia Jerusalén para adorar al Rey con Israel (Zac 8:23, 14:16).

Dios está guardando Su pacto con Israel y por lo tanto Él está guardando Su pacto contigo. Él elimina el caos en tu vida y pone todo bajo Su orden. Él divide las aguas embravecidas, planta tus pies en tierra seca y asegura el avance.

 

Traducido por Raquel González – Coordinadora Centro de Recursos Hispanos 
Revisado por Robin Orack – Voluntaria en Puentes para la Paz

 

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