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Libertad

por: Rvda. Cheryl Hauer, Vicepresidenta Internacional

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ESTAMOS CASI A LA MITAD del año, no puedo evitar reflexionar sobre los cambios que los 16 meses de pandemia han producido en la humanidad. Nos hemos aislado y puesto en cuarentena; hemos usado cubrebocas y guantes; nos hemos lavado las manos más veces en un año que en el resto de nuestras vidas juntas; y nos hemos asegurado de que al menos 2 metros (6 pies) de distancia permanecieran continuamente entre nosotros y cualquier otra persona. Atrás quedaron los días del contacto físico amistoso, el apretón de manos, los abrazos o esos corteses besos en la mejilla. Igualmente han estado ausentes los viajes por carretera, las tardes de cine o el parque; y los vuelos a lugares lejanos.

Muchos de nosotros vimos nuestras vidas sumidas en un caos absoluto; perdimos nuestros trabajos y seres queridos; y experimentamos la impotencia que solo podía surgir, al darnos cuenta de que nuestra capacidad humana, así percibida; de encontrar siempre alguna manera de arreglar las cosas; es ahora una ilusión. La gratificación instantánea dio paso a una nueva realidad en la que tuvimos que esperar, impotentes; mientras permanecíamos confinados en nuestras casas, viendo cómo aumentaba la tasa de morbilidad.

Al atravesar todo esto, me encontré clamando al Señor por libertad, algo que había tomado por sentado durante mucho tiempo. Anhelaba la liberación de esta opresión de un enemigo invisible; la libertad de ir y venir como quisiera nuevamente; de adorar junto con cientos de creyentes en la iglesia que amo; y de llenar mi hogar con familiares y amigos para celebrar la vida.

De cierta manera, el anhelo de mi corazón me recordó la historia de Éxodo 13 al 17. Es el relato asombroso de los hebreos viviendo en esclavitud, oprimidos por un enemigo muy real y visible; y su milagrosa liberación a la libertad. Mi corta experiencia con la pandemia difícilmente se compara, con sus 400 años de abuso físico y mental a manos de los egipcios. Pero esta historia está plagada de lecciones que son tan válidas para nosotros hoy, como lo fueron para el pueblo judío hace milenios.

¡Una milagrosa liberación!

Cuatrocientos años son muchos años. Es un período mucho más largo que la esperanza de vida promedio en Estados Unidos. Y ciertamente era un tiempo lo suficientemente largo, como para desconectarse de la realidad del Dios del universo; tal como lo habían experimentado sus antepasados. A medida que transcurría el tiempo y las generaciones pasaban, las historias de Abraham, Isaac y Jacob parecían cada vez más un sueño imposible y lejano. Con el paso de los siglos, cualquier pensamiento de que “pudieran cambiar su condición de esclavos”, iba muriendo lentamente; y solo sería sustituido por ‘una dependencia total’ en la liberación de Dios, como la solución al problema. Ellos clamaron a Dios innumerables ocasiones, hasta que Él les escuchó.

En aquel tiempo Dios obró liberación, ¡y qué liberación fue esa! No solo se iban a final de cuentas, sino que llevaban consigo riquezas de Egipto. Habían visto una plaga tras otra derrotar a los dioses de Egipto. Habían escuchado a Moisés discutir repetidamente con el Faraón, el rey egipcio que pensaba que él era el dios supremo y creía que tenía el futuro en sus manos. Habían escuchado los gritos de los egipcios cuando el espíritu de la muerte pasaba sobre su país, tomando la vida a los primogénitos de sus familias y de sus rebaños. ¿Quién podría haber imaginado que este grupo heterogéneo de esclavos se alejaría del poder más grande de la tierra, no solo con sus vidas y sus hijos; sino con la plata y el oro de sus vecinos egipcios? ¿Quién podría haber anticipado que Dios intervendría en la historia humana, incluso neutralizando las fuerzas naturales del universo; para dividir el mar; sacar agua de una roca y realizar innumerables otros milagros para liberar a un pueblo que no había escuchado Su voz, durante 400 años?

¿Cómo pudieron?

A menudo he escuchado a cristianos expresar que no pueden creer que los israelitas pudieran haber “olvidado” tan rápidamente lo que Dios había hecho por ellos en Egipto; y que comenzaran a gemir y quejarse. La Biblia nos dice que fueron escasos tres días cuando surgieron las primeras quejas, el miedo y enojo porque no había agua. Unos días después se quejaron de la comida. ¿Cómo pudieron? Me hace pensar en el número de cristianos de hoy que han conocido la presencia y el amor de Dios, y han experimentado el milagro de la vida en Su Reino, pero han sido vencidos durante la pandemia, llenos de miedo, ansiedad y depresión. Aquellos israelitas no están solos en su “olvido”.

Creo que si tuviéramos que caminar una milla con las sandalias de esos hebreos, podríamos ser menos críticos contra ellos. Después de todo, Moisés era un poco desconocido cuando llegó a la escena con un mandato de Dios, para libertarlos. Aunque su hermano y su hermana eran miembros de la comunidad hebrea, Moisés no había crecido con ellos. Nunca fue un esclavo. A todos los efectos, él era un egipcio que había crecido en la corte del Faraón. Y no ayudó que la primera acción que tomó hacia esa liberación provocó la ira del Faraón sobre ellos y tuvo como resultado, que tuvieran que hacer ladrillos sin paja.

Sabemos que clamaban a Dios por su liberación. Obviamente, ellos creían en Su existencia y en Su ilimitada capacidad  para hacer milagros y salvarlos; pero no hay ningún registro histórico que indique que tuvieran algún sistema organizado de religión, o una conexión personal o relación con Dios. Todavía no tenían la Torá (Gen – Deut); o el sistema que hoy llamamos judaísmo. Solo tenían historias como si fuera neblina, y 400 años de persecución; para formar su sistema de creencias.

Está claro en las Escrituras que no siempre se confiaba en Moisés, como debería haber sido. Eran personas que habían vivido vidas bajo las órdenes de otros, que se encontraban en medio del desierto sin comida suficiente o agua, para alimentar a más de un millón de personas; siguiendo además a un líder en el que no estaban seguros de confiar. Habían sido testigos de las plagas, pero las primeras nueve no parecían muy efectivas. Después de cada una, todavía seguían siendo esclavos. Y cuando finalmente fueron liberados, fue inmediatamente después de una horrenda noche de muerte.

Mi sugerencia es que eran personas traumatizadas; llenas de increíble miedo e incertidumbre. Aunque odiaban sus vidas como esclavos, eso era lo que conocían. Fueron desarraigados, sin idea de adónde iban; sabiendo solo los peligros que acechaban en el desierto y la estupidez de embarcarse en un viaje así, sin suficiente comida ni agua.

En retrospectiva, es fácil para nosotros ver que nuestro Dios siempre fiel, amoroso y todopoderoso estuvo con ellos para librarlos en cada paso del camino. Pero Dios tenía que enseñarles eso. Fueron el producto de siglos de esclavitud que los definieron, no solo lo que hicieron, sino quiénes eran y todo lo que sabían sobre la vida y sobre ellos mismos. Estas no eran personas que tomaban decisiones; seguían órdenes. Dependían totalmente de sus amos.

Sí, estaban oprimidos, afligidos y clamaban por liberación, pero cuando ésta llegó, no estaban seguros de quererla. «¿Por qué nos trajiste aquí para morir?» le reclamaban a Moisés. «¡Preferiríamos volver!» Después de todo, en su esclavitud había un extraño tipo de libertad: la libertad de la responsabilidad por uno mismo y los demás; de tener que establecerse metas e intentar alcanzarlas, y de tener que pensar más allá del momento presente. Era lo que sabían; y en ello, estaba el único tipo de seguridad que habían experimentado.

Qué parecido a nosotros. Todos tenemos esos lugares adentro, con un pequeño letrero que dice “NO ENTRE”; lugares donde no le permitimos al Señor pasar aunque sabemos que necesitamos liberación; que necesitamos ser llevados a la libertad, procedentes de la esclavitud, de aquello que nos esclaviza. Pero ese viaje representa lo desconocido y nos parece que podría ser difícil y doloroso; por lo que preferimos y decidimos quedarnos en donde nos parece es seguro.

El plan de Dios era destetar a los israelitas de una dependencia que era parte de su identidad, permitiéndoles empezar a elegir y depender de Él. Eventualmente, eso les daría una nueva identidad. Dejarían de ser esclavos, dependientes, oprimidos, miserables, afligidos y sin salida. Se convertirían en un pueblo libre con su propia patria, dependiente del Dios del universo; un pueblo de paz, prosperidad y bendición, que había entendido que con Dios, siempre hay una salida. Se despojarían de su antigua identidad y emergerían como hijos de Dios, hijos del Rey. Aprenderían a confiar en Él y caminar en Su fuerza, viviendo como guerreros y pioneros, fundadores de una nación que estaría en el centro del plan de Dios para la redención de toda la humanidad. Ellos realmente se convertirían en SU pueblo, elegidos para representarlo a Él ante el mundo entero durante los milenios por venir. Esa sería su identidad. Pero primero, tenían que entender la libertad.

Y la libertad es…

El Diccionario Libre define la libertad como el poder de actuar, hablar o pensar sin restricciones impuestas externamente; inmunidad de obligación. La libertad se define como autonomía, libertad de elección y libertad personal de la servidumbre. Sin embargo, el concepto moderno de libertad se ha reducido a eliminar cualquier sentido de responsabilidad comunitaria, fomentando la autodeterminación como expresión de la voluntad individual. Rápidamente se convierte en auto gratificación, y mis derechos superan a los de los demás. De alguna manera la libertad ha llegado a significar “el derecho de un individuo a determinar su propio destino con poca o ninguna consideración por el destino de quienes lo rodean”.

En El verdadero significado de la libertad, el Rabino Yaakov Sinclair dice que el arquetipo de la libertad para la humanidad es el que se menciona en el éxodo de Egipto. Así como Egipto representó la constricción para el pueblo de Dios, su escape representó la máxima libertad. Sin embargo, esa libertad está indisolublemente ligada a la responsabilidad. Señala que la libertad, cuando se habla de ella en la Torá (Gen – Deut), siempre está relacionada con una idea clara, del propósito máximo. La libertad sin propósito, dice: «es en sí misma, esclavitud».

En hebreo, estos conceptos están representados por las palabras “jófesh y jerut”. La diferencia es simplemente, “la libertad para hacer lo que te gusta” contra “la libertad de hacer lo que debes”.

Jófesh” es la libertad que adquieren los esclavos cuando ya no tienen amo y nadie está allí para decirles qué hacer. Ahora son espíritus libres, liberados de la esclavitud y no rinden cuentas a nadie.

Jerut” es la libertad que los israelitas adquirieron en el monte Sinaí, en forma de pacto. El mensaje de Dios a Faraón fue claramente el de jerut: “Deja ir a mi pueblo para que me sirva” (Éxodo 9:1). La liberación de la esclavitud en Egipto significó la oportunidad de elegir, estar en un pacto con el Dios del universo. Jerut permitiría que los israelitas se unieran libremente a Dios y sus mandamientos. Allí encontrarían la libertad de la que nos habla el Rabino Sinclair: “libertad con un propósito”.

Quizá no sea accidental, que muchos hoy en día se centren en la búsqueda del “jófesh”, mientras que el concepto de “jerut” se desvanece de su vista. Nuestro mundo se ha convertido en uno de “jófesh”. Los gritos de libertad se escuchan en todas partes, pero gran parte de ellos no nacen del deseo de una verdadera libertad. Más bien, es un anhelo nacido del egoísmo; un deseo de estar libres de la responsabilidad comunitaria y para enfocarnos solo en nosotros mismos. Sin embargo, como creyentes tenemos la libertad de elegir ser siervos del Señor (Ro 1:1). Al hacerlo, nos convertimos en faros de verdadera libertad; fortaleciendo el Reino; unidos libremente a Dios y Sus mandamientos; y glorificándolo a través de nuestra alegre y voluntaria obediencia. No hay un mayor ejemplo de la fidelidad y el amor del Señor, que ver a alguien caminando en verdadera libertad. Independientemente del impacto negativo que la pandemia ha tenido en el mundo y en el Reino, mi oración es que comprendamos lo que realmente es la verdadera libertad y seamos verdaderos hijos del Rey; cuyo amor por los demás y por el Señor, es lo que nos define.

 

Traducido por Pablo Souza – Voluntario en Puentes para la Paz 
Revisado por Raquel González – Coordinadora Centro de Recursos Hispanos 

 

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Bibliografía:

Brimmer, Rebecca J.; Hauer, Cheryl; Riddering, Teri; Sprinkle, Charleeda. Hebrew Treasures. Jerusalem: Bridges for Peace International, 2011.

“Freedom.” The Free Dictionary. https://www.thefreedictionary.com/freedom

“Liberty.” The Free Dictionary. https://www.thefreedictionary.com/liberty

Sinclair, Rabbi Yaakov, Asher. “The True Meaning of Freedom.” Ohr Somayach. https://ohr.edu/829

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