Los falsos periodistas de Gaza

Por Simon Fenn ~ Bridges for Peace

En la mañana del 7 de octubre de 2023, bajo el manto carmesí del amanecer, los terroristas de Hamás desataron su ataque más brutal contra Israel en la historia de su prolongado conflicto.

Cuando el sol apareció en el horizonte y extendió las primeras luces sobre el Néguev occidental, para exponer las monstruosas crueldades que Hamás estaba perpetrando, apareció un video de una escena desconcertante: el periodista independiente Hassan Eslaiah, residente en Gaza y corresponsal de CNN y Associated Press, cámara en mano, sonriendo desde una motocicleta cerca de un tanque israelí en llamas; agarrando lo que parecía ser una granada. Sin chaleco de prensa ni casco, se filmó en medio de la masacre, no como un periodista que documenta una historia, sino, aparentemente, como un participante jubiloso en la barbarie del grupo terrorista.

Una cultura mediática desintegrada

Las imágenes fueron rápidamente borradas… pero no olvidadas. Ofrecieron una exposición clara pero inquietante de los supuestos "periodistas" que enfocaron sus cámaras hacia el sufrimiento de Israel. Los "reporteros" con base en Gaza parecieron apoyar el terrorismo, usando sus cámaras para celebrar la masacre en lugar de documentar objetivamente los acontecimientos para mostrar al mundo la cruda y despiadada violencia de las atrocidades de Hamás.

Un fotógrafo de prensa documentando las atrocidades del 7 de octubre. (Crédito de la foto: Anas Mohammad/Shutterstock)

Armados con cámaras en lugar de armas, estos individuos, que trabajaban por cuenta propia para importantes medios de comunicación occidentales, cruzaron a Israel junto con asesinos de Hamás, capturando imágenes de secuestros, mutilaciones y linchamientos en tiempo real. Sus acciones —y la incapacidad de los medios globales para cuestionar su participación— revelan una corrupción generalizada en la cultura mediática de Gaza, donde el control de Hamás sobre las noticias, falsifica y manipula narrativas en todo el mundo; socavando la capacidad de Israel para contar su historia.

Eslaiah no fue el único agente de prensa que vio cómo la sangre de inocentes se filtraba en la tierra. Otros cinco "reporteros" —Hatem Ali, Mohammed Fayq Abu Mostafa, Yasser Qudih, Ali Mahmud y Yousef Masoud— se movieron sin trabas en la contienda. Luego vendieron sus fotos y videos a CNN, Reuters, Associated Press y The New York Times, mientras Hamás continuaba abriendo un camino sangriento a través de las comunidades fronterizas de Israel y el festival de música Nova.

Hatem Ali estuvo presente desde el principio. Estuvo allí junto a los soldados rasos de Hamás cuando traspasaron la frontera israelí, con su cámara sumergiéndose en el caos con una intimidad inquietante. Sin chaleco de prensa ni pretensiones de distanciamiento, sus fotos de militantes atravesando vallas aparecieron instantáneamente en las transmisiones de medios globales, como si hubiera sido invitado a la invasión como un VIP, o como si lo hubiera colocado allí un director de escena de Hamás.

Mohamed Fayq Abu Mostafa no rehuyó la sangre. Su lente se fijó en una turba de linchadores que profanaba el cuerpo de un soldado israelí que había sido sacado de un tanque averiado. La imagen, cruda y vil, no era obra de un observador imparcial y conmocionado, sino de alguien que parecía cómodo con los primeros planos, sabiendo exactamente dónde enfocar su cámara, como si el video fuera una coreografía.

¿Hubo conocimiento previo?

Yasser Qudih, otro periodista independiente, aparentemente se encontraba casualmente en la frontera. Capturó a palestinos atravesando las defensas israelíes mientras los hombres armados de Hamás avanzaban. Sus fotos, como las de Hatem Ali, terminaron en los archivos de Reuters, pulidas y publicadas.

Pero la sincronización —demasiado perfecta, demasiado temprana— apesta a premonición. ¿Hubo algún editor curioso de Reuters que le preguntara a Qudih cómo sabía que estaba allí al comienzo de la campaña terrorista de Hamás, listo para la cámara, en una tranquila mañana de sábado?

No, parece que no.

Luego están Ali Mahmud y Yousef Masoud, trabajadores independientes de Associated Press y The New York Times, cuya proximidad y sincronización no fueron menos evidentes. Las fotos de Mahmud inmortalizaron el secuestro de Shani Louk, cuyo cuerpo sin vida lucía ante la cámara como un trofeo de caza. Las imágenes igualmente perturbadoras de Masoud fueron aclamadas como "periodismo".

Pronto, las acusaciones comenzaron a acumularse, lo que obligó a los medios a desmentirlas vacías. De nuevo, la pregunta más obvia y dolorosa sigue en pie: ¿por qué no hubo reporteros creíbles de los bastiones del periodismo occidental que preguntaran cómo estos hombres consiguieron total libertad de movimiento y presenciar en primera fila los ataques de Hamás?

Medios occidentales publicaron imágenes de las atrocidades. (Crédito de la foto: Anas Mohammad/Shutterstock)

Terroristas con credenciales de prensa

No olvidemos a Abdallah Aljamal, un propagandista de Al Jazeera que se coló en el foco de atención en junio de 2024, cuando las fuerzas israelíes irrumpieron en su casa en Nuseirat. Enjaulados en la casa de su familia, encontraron a tres rehenes israelíes: Almog Meir Jan, Andrey Kozlov y Shlomi Ziv.

Aljamal era un agente de Hamás de pleno derecho; sus credenciales de prensa no eran más que una máscara para sus actividades terroristas encubiertas. Esta revelación no es un caso aislado.

Otros, como Anas al-Sharif y Hossam Shabat, ambos corresponsales de Al Jazeera, fueron expuestos como miembros activos de Hamás o la Yihad Islámica, y su "informe" era un disfraz gastado para ocultar su devoción al extremismo. No eran periodistas atrapados en el lugar equivocado en el momento oportuno. Eran participantes de un juego calculado. Sus cámaras eran recursos armados que pertenecían exclusivamente a Hamás.

El ecosistema mediático de Gaza, incubado por el férreo control de Hamás sobre la población, genera híbridos de periodista y yihadista para sus propios fines. Por supuesto, siempre que existan lugares bajo control autoritario, es inevitable que la información esté estrictamente regulada desde arriba.

Es cierto que los periodistas en Gaza operan bajo constante amenaza y es mucho más probable que estén motivados por el miedo que por la objetividad. Pero estos seis, y otros como ellos, no se limitaron a doblegarse ante la presión autoritaria; abrazaron a Hamás como fanáticos, cruzando a Israel junto con los asesinos como si fueran camaradas. Sus grabaciones e imágenes no fueron ni siquiera una sutil súplica al mundo para que diera testimonio de la violencia injusta, sino que parecieron un coro de júbilo ante la barbarie.

Los medios de comunicación occidentales, siempre ávidos de clics y visitas, capitularon. Aceptaron las crudas imágenes e ignoraron la imperiosa obligación de todo periodista: hacer preguntas. Publicaron las fotos, elogiaron las exclusivas y se taparon la nariz ante el hedor de la complicidad, haciéndose así cómplices de un método de difusión de información que se ha visto profundamente contaminado por el odio a Israel.

Traición y robo de la verdad

Esta traición tiene un arma de doble filo. Para Israel, es otro golpe bajo tras el sufrimiento del 7 de octubre. Para la opinión pública mundial, es un robo de la verdad, una distorsión de la realidad difundida generosamente al mundo a través de los medios de comunicación que, en un pasado no muy lejano, constituyeron la columna vertebral de la verdad en las naciones democráticas. El hecho de que CNN, Reuters, AP y el New York Times no hayan investigado a sus periodistas independientes no es solo negligencia, sino un colapso moral, una disposición a sacrificar la otrora sagrada sed de verdad de la prensa por titulares atractivos.

Estos medios, que se apresuraron a defender a sus "periodistas" con tibias declaraciones de negación, sin investigar las cuestiones genuinas sobre su información, aún no han reconocido el daño. Su silencio, su negativa a investigar más a fondo, solo envalentona a Hamás a seguir sin control y a desdibujar la línea entre noticias y terrorismo.

Traducido por Chuy González – Voluntario en Puentes para la Paz

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