La Septuaginta: tesoro y tragedia

Durante mi educación bíblica cristiana en la universidad, toda mención a la Septuaginta era
positiva. Por lo tanto, me sorprendió bastante que muchos judíos la consideraran una tragedia.
Ante estas opiniones tan opuestas, quise entender por qué. Pero empecemos por lo básico:
¿Qué es la Septuaginta? ¿Por qué se creó? ¿Quiénes participaron en su elaboración? ¿Cuál
es su significado? ¿Por qué los cristianos la consideran una bendición mientras que los judíos
se lamentan por ella?
Una traducción griega del Tanaj
La Septuaginta es una traducción griega del Antiguo Testamento hebreo (Tanaj). Fue traducida
en Alejandría, Egipto, donde vivían numerosos judíos de habla griega. El proceso de traducción
comenzó durante el reinado de Ptolomeo II, faraón del Egipto ptolemaico entre el 284 y el 246
a. C. Su padre, Ptolomeo I, fue uno de los generales de Alejandro Magno que fundó el reino
ptolemaico tras la muerte de éste.

Los eruditos coinciden en que los cinco libros de la Torá (Gn-Dt) fueron traducidos durante el
gobierno de Ptolomeo II. Se cree que otras partes del Tanaj se tradujeron gradualmente,
probablemente a lo largo de doscientos años, culminando alrededor del año 100 a. C. Esto
significa que la traducción completa habría estado disponible en la época de Jesús (Yeshúa).
El texto más antiguo conocido que narra la leyenda de la traducción proviene de la Carta de
Aristeas, una misiva escrita a un tal Filócrates por su hermano Aristeas, un judío de habla
griega de Alejandría. Según este relato, Ptolomeo II llevó a 72 traductores desde Jerusalén a
Alejandría para el proyecto. Estos seis traductores de cada una de las doce tribus fueron
responsables de traducir el texto del hebreo al griego koiné (el griego estandarizado que surgió
tras las conquistas de Alejandro Magno) para la extensa biblioteca del faraón.
Filón de Alejandría repitió posteriormente esta versión de los hechos, al igual que Josefo. Sin
embargo, algunos expertos cuestionan el relato, afirmando que los judíos de Alejandría
tradujeron el texto. Lo cierto es que, sencillamente, no lo sabemos con certeza.

Aunque los registros históricos varían y no se han encontrado censos exactos, se estima que
más de un millón de judíos vivían en Alejandría en esa época. Tras la conquista del mundo
conocido por Alejandro Magno, el griego se convirtió en la lengua dominante. Con el tiempo,
los judíos de la diáspora de habla griega (población que vivía fuera de Israel) ya no tenía la
posibilidad de leer ni de hablar hebreo. Por eso, la comunidad judía de habla griega de
Alejandría celebró la traducción, regocijándose por poder volver a leer la Palabra de Dios. Sin
embargo, surge la siguiente pregunta: ¿se perdió parte del significado original en la traducción?
La pérdida de algo valioso
A día de hoy, nos enfrentamos a una situación similar. La mayoría de las personas que
estudian
la Biblia no pueden leerla en sus idiomas originales. En su lugar, dependemos de las
traducciones. Un rabino ortodoxo me dijo una vez que todos deberíamos leer la Palabra de
Dios en hebreo, porque leer una traducción es como intentar besar a tu esposa a través de un
velo. “Simplemente no es lo mismo”, dijo. Sin embargo, por razones prácticas, leer la Biblia en
su idioma original no es posible para la mayoría. ¿Tiene razón mi amigo rabino? ¡Sí! Ninguna
traducción es perfecta ni transmite lo mismo que el original. No es posible comunicar todos los
matices y la poesía de un idioma a otro. Algunas palabras no son fáciles de traducir. Algunos
términos en hebreo requieren un párrafo entero para explicar su significado en inglés. Aun así,
doy gracias a Dios por los traductores dedicados que han hecho posible que podamos leer la
Palabra de Dios en nuestros propios idiomas.
Cuando los escritores del Nuevo Testamento redactaron sus relatos y cartas, optaron por
escribir en griego, presumiblemente porque querían llegar a un público más amplio. Si se
quisiera lograr el mismo efecto hoy en día, probablemente se optaría por el inglés. Sin
embargo, hace 2000 años, el griego era el idioma más ampliamente comprendido. Los
estudiosos del Nuevo Testamento griego han determinado que muchas de las veces en que se
citan las Escrituras del Tanaj, dichas citas provienen directamente de la Septuaginta. Esto tiene
sentido, ya que la Septuaginta era la traducción griega disponible en aquel entonces.
El Nuevo Testamento fue escrito entre los años 50 y 100 d.C. En esa época, se estaban
produciendo grandes cambios. Jerusalén y el Templo fueron destruidos en el año 70 d. C.
Muchos judíos fueron asesinados y aún más fueron hechos prisioneros por Roma. Los
seguidores de Jesús llevaban Su mensaje al mundo gentil. Era necesario que aquellos que no
eran judíos pudieran recibir la Biblia en un idioma que pudieran entender. Por lo tanto, es
totalmente comprensible que la Septuaginta fuera un tesoro para el mundo de habla griega.

Regocijo… y lamento
¿Por qué los judíos se oponían tanto a la Septuaginta? Los relatos históricos demuestran que
al principio aceptaron la traducción con entusiasmo. Sin embargo, a lo largo de varios siglos,
los eruditos judíos tuvieron tiempo para estudiar la traducción y compararla con el hebreo
original. Encontraron errores significativos. Había partes del texto original que simplemente no
estaban, especialmente en el libro de Job.
El décimo día del mes bíblico de Tevat (que cae en diciembre o enero), los judíos religiosos
celebran un día de ayuno y lamento. Uno de los motivos de lamento es la finalización de la
traducción de la Torá al griego, que constituyó la primera fase de la traducción de la
Septuaginta. Según Sefaria.org, “El 8 de Tevet se considera en el judaísmo como un día oscuro
en la historia; el día en que se inflingió una gran violencia contra la Torá de HaShem [Dios]. Fue
en esta fecha cuando se completó la traducción de los cinco libros de Moshe [Moisés] a una
lengua pagana (griego), es decir, la Septuaginta… Aquel día fue tan ominoso para Israel como
el día en que se fabricó el becerro de oro, ya que la Torá no pudo traducirse con precisión”.
Algunos han afirmado que la actitud judía hacia la Septuaginta fue una reacción a la aceptación
cristiana de la traducción. Sin embargo, el reconocido erudito judío Emanuel Tov afirma que el
rechazo judío se produjo mucho antes, antes de la caída del Segundo Templo, e incluso antes
del nacimiento del cristianismo.
Así que mi pregunta fue contestada. Un grupo se lamentó porque la perfección de la santa
Palabra de Dios no se tradujo adecuadamente, mientras que otro grupo se regocijó porque,
por fin, tenían acceso a la Palabra de Dios en un idioma que podían entender. Un tesoro para
algunos y una tragedia para otros. ¡Quizás, cuando lleguemos al cielo la primera tarea sea
aprender el idioma original de la Biblia!
Traducido por Robin Orack – Voluntaria en Puentes para la Paz
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