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Israel conmemora su segundo Día del Recuerdo de los Caídos mientras la guerra se despierta

En Yom Hazikarón de 2022, Israel llora a sus hijos e hijas caídos. (Crédito: IDF Spokesperson's Unit photographer/wikimedia.org)

Una sirena antiaérea resuena por el cielo; su gemido es un pinchazo en el alma. En la mayoría de los casos, en la mayoría de los lugares, es un presagio de peligro, un anuncio ensordecedor de un ataque inminente. Pero en Israel dos días al año, es un llamado a algo más profundo: un llamado a detenerse, ponerse firmes y recordar.

La semana pasada, en Yom Hashoá o Día de la Conmemoración del Holocausto, la sirena sonó a la memoria de los seis millones de judíos perdidos por los horrores nazis. Ahora en Yom Hazikarón, el Día del Recuerdo de los Soldados Caídos de Israel y las víctimas del terrorismo, la patria judía se congela con los corazones unidos en el dolor, para honrar a quienes forjaron esta nación de pronóstico improbable, con su sangre. En Yom Hazikarón el dolor se apodera del alma colectiva de Israel, mientras su pueblo llora a quienes murieron defendiendo su nación.

Anoche sonó la primera sirena y durante un minuto, la nación se detuvo: conductores en las carreteras, niños en los parques infantiles, madres en sus hogares y soldados de guardia. A las 11:00 a.m. de miércoles sonó otra sirena de dos minutos, en memoria de aquellos cuyos nombres están grabados, en las piedras blancas de las ciudades, y hogares de Israel, aún vivos en el espíritu y en los corazones de aquellos, por quienes lo dieron todo.

“Un hombre no está muerto mientras su nombre aún se pronuncie”, escribió Terry Pratchett. Israel recuerda y pronuncia los nombres de sus caídos, de alguna manera, los lleva a la memoria perpetua.

Este año, la herida es especialmente cruda, inmediata y aguda. El dolor está presente desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás masacró a tantos israelíes inocentes. Además, la implacable guerra contra Hamás y Jizbolá ha cobrado un alto precio entre los valientes combatientes israelíes. El dolor de cada israelí no es en absoluto, abstracto. Casi todos conocen a uno de los caídos: un vecino, un hermano, una madre, un amigo, un asiento vacío en cada mesa.

Un registro de pérdidas

Desde 1860, Israel ha enterrado a 25,420 almas, soldados y civiles. El combate, los ataques terroristas y la implacable embestida de la guerra los cobraron. Desde el último Yom Hazikarón, cayeron 319 soldados y 79 civiles más.

Estas cifras no son meras estadísticas. Israel es una nación pequeña; su población es casi como una familia extendida. Eso convierte a los 25,420 muertos, en una herida significativa que se siente en cada hogar. Luego están los rehenes civiles y los soldados que siguen encarcelados en Gaza. No se han ido; faltan, su ausencia es un peso inmenso en la conciencia de Israel.

Rituales de conmemoración

El martes, a las 20:00, la sirena inauguró oficialmente Yom Hazikarón, seguido de manifestaciones y una ceremonia en el Muro de las Lamentaciones. Allí, en el lugar más sagrado para Israel, el presidente Isaac Herzog y otros líderes inclinaron la cabeza para honrar a estos 25,420 caídos. Los nombres se proyectaban en las pantallas de televisión, una incesante letanía de duelo y recuerdo.

Hoy, 52 cementerios militares vibran de dolor. Banderas adornan las tumbas; guardias de honor se yerguen como baquetas; y las familias susurran el kadish o la oración de duelo. Velas conmemorativas se encienden en hogares, sinagogas y escuelas; su brillo es un silencioso desafío a la desesperación.

De las cenizas al himno

Al caer la tarde en Yom Hazikarón, Israel y su pueblo pasan del dolor a la alegría de Yom Haatzmaut, el Día de la Independencia de Israel. El cambio del luto al júbilo es impactante, pero ese es también el punto. Esos 25,420 caídos no se sacrificaron en vano; dieron su vida para forjar una nación. Por eso, la nación llora con una intensidad solo comparable a la fe colectiva, la esperanza y la alegría del pueblo judío. Hoy, el olivo se mece triste, suave y obstinadamente sobre Israel, susurrando promesas cumplidas y profecías aún por cumplirse. La fe, pequeña como un grano de mostaza, florecerá en algo que perdurará para siempre. Las sirenas se apagan, pero los nombres de aquellos por quienes sonaron —y la esperanza de quienes los escuchan— seguirán resonando en esta nación, que tiene un destino predestinado para la eternidad.

 

Traducido por Chuy González – Voluntario en Puentes para la Paz     

Un artículo por Simon Fenn, Bridges for Peace (Puentes para la Paz), el 29 de abril de 2025.

Licencia: Wikimedia

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