Dios está observando: Las naciones, el antisemitismo y el reloj profético

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Como parte de nuestra formación básica en Puentes para la Paz, les enseño a los nuevos voluntarios sobre el odio ancestral y persistente del antisemitismo. Lo describo como un virus: a veces latente en el corazón humano, otras veces desatándose en una fiebre descontrolada. Desde Persia hasta Teherán, desde la Edad Media hasta la época moderna, la historia da testimonio de esta enfermedad recurrente.
Desde el 7 de octubre y la consiguiente guerra en Gaza, me ha impactado la rapidez con la que la fiebre del antisemitismo se ha apoderado del mundo occidental. En tan solo unos meses, el odio hacia el pueblo judío ha estallado: en las redes sociales, en los campus universitarios, en las calles de Estados Unidos, Australia y Europa, en los parlamentos y, trágicamente, incluso en algunos sectores de la Iglesia. Mientras tanto, los sobrevivientes del Holocausto —testigos vivos del brote más devastador de antisemitismo— aún caminan entre nosotros. Estamos viviendo días extraordinarios y de sobriedad.
Sin embargo, nada de esto sorprende al Señor. Las Escrituras declaran que las naciones se enfurecerán contra Israel, pero Aquel que está sentado en Su trono celestial observa, examina y se prepara para juzgar.

Derek Prince dijo una vez: “Los judíos son el reloj profético de Dios”. Si eso es cierto —y sabemos que lo es, pues las Escrituras lo confirman—, entonces lo que estamos presenciando hoy no es casualidad, ni se trata simplemente de otro ciclo histórico. Es una advertencia, un llamado de atención a las naciones y a la Iglesia. La creciente hostilidad contra el pueblo judío indica que el cronograma profético avanza rápidamente ante nuestros ojos. La pregunta no es si el Señor cumplirá Su pacto —sin duda lo hará— sino, si despertaremos, discerniremos los tiempos y nos alinearemos con Él en esta hora crítica.
Un pacto eterno con Israel
Desde el principio, el Señor se unió a Abraham y a sus descendientes con un pacto eterno. En círculos cristianos pro israelíes, se cita con frecuencia Génesis 12:3: «Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré». Si bien es familiar, este versículo a veces se ha convertido en un cliché; su profundidad y fuerza parecen ser opacadas por la repetición. Los críticos de Israel incluso lo señalan como evidencia de lo que definen como un apoyo cristiano ciego e irreflexivo a Israel y al pueblo judío. Sin embargo, nada de esto disminuye la realidad de que el pacto sigue siendo válido, verdadero e inquebrantable.
¿Acaso nuestra mente humana puede comprender plenamente el compromiso del pacto del Señor? Solo podemos empezar a intentar comprenderlo. Nuestros intentos deberían comenzar con un pasaje impactante, donde el Señor se compromete irrevocablemente con Abraham y sus descendientes mediante un juramento que no se basa en nada menos que Él mismo.

En el ‘Pacto de las Mitades’ (Gén 15), el Señor, Dios Todopoderoso, establece un pacto cuádruple con Abraham. Primero, promete descendientes del propio cuerpo de Abraham, tan numerosos como las estrellas, estableciendo a Israel como su descendencia (Gén 15:4-5). Segundo, proporciona una predicción profética de que la descendencia de Abraham residirá en una tierra extranjera durante 400 años, oprimida, pero finalmente liberada con grandes posesiones (Gén 15:13-14). Tercero, otorga a estos descendientes una herencia específica de Tierra, definiendo sus límites: «A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates» (Gén 15:18b), un Israel más grande, por así decirlo. Cuarto y último, el pacto se sella en la dramática ceremonia donde Abraham es inducido a un sueño profundo y solo el brasero humeante y la antorcha encendida pasan entre las mitades (Gén 15:17).
En el libro Génesis: Introducción y comentario, el erudito bíblico Derek Kidner afirma: “Al pasar Él solo por las mitades, Dios estaba, en efecto, firmando ambas partes del contrato, ligándose incondicionalmente”. La manera en que se hizo este pacto subraya que la promesa del Señor no depende del mérito ni la obediencia humana, sino de Su carácter inmutable. El Nuevo Testamento confirma esta verdad: “Pues cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por uno mayor, juró por Él mismo” (Heb 6:13).
Así, el pacto con Abraham y su descendencia, Israel, se fundamenta en la naturaleza misma del Señor: incondicional, eterna e irrevocable. Es un pacto que continúa definiendo la relación del Señor con Israel, demostrando Su fidelidad constante a Su pueblo y su Tierra incluso en nuestros días. El erudito del Antiguo Testamento, Walter Kaiser, señala: “Esta fue la garantía más solemne que se pudiera dar: Dios comprometió Su propia existencia como garantía de la certeza de Su palabra”.

¿Es el Estado moderno de Israel el Israel de la Biblia?
Una objeción común al pacto eterno del Señor con Abraham es que el Estado de Israel moderno no puede ser equiparado con el Israel de las Escrituras, lo que hace irrelevantes las promesas y profecías sobre los descendientes de Abraham. Sin embargo, la verdad es clara: el pacto del Señor se vincula tanto a un pueblo como a una Tierra. Independientemente de las diferentes opiniones sobre quién constituye exactamente "Israel" hoy, lo que sucede en esta ‘Tierra del pacto’ es de profunda importancia; forma parte del panorama profético que se está desarrollando ante nuestros ojos.
La cuestión de “quién es Israel” tampoco se deja al juicio humano. El apóstol Pablo nos recuerda en Romanos 11:1-2: “Digo entonces: ¿Acaso ha desechado Dios a Su pueblo? ¡De ningún modo!... Dios no ha desechado a Su pueblo, al cual conoció con anterioridad”. El Señor mismo lo subraya en Jeremías 31:35-37 (énfasis añadido): “Así dice el Señor, El que da el sol para luz del día, y las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche... «Si estas leyes se apartan de Mi presencia», declara el Señor, también la descendencia de Israel dejará de ser nación en Mi presencia para siempre»”.
Permíteme preguntarte: ¿Siguen existiendo el sol, la luna y las estrellas? Entonces, por la propia promesa del Señor, la descendencia de Israel aún existe como nación ante Él. Incluso en medio del exilio, la persecución y las amenazas a su Tierra, la permanencia de la creación misma es testimonio de la permanencia del pacto de Dios. Israel perdura porque la promesa del Señor perdura.
Históricamente, Israel es único. Ningún otro pueblo ha experimentado la pérdida total de su patria, el exilio y la dispersión global durante siglos, reunificándose sobrenaturalmente, a pesar de ello, en la misma Tierra prometida a sus antepasados. El exilio comenzó con Asiria en el 722 a. C. y Babilonia en el 586 a. C., seguido por casi dos milenios bajo los dominios: persa, griego, romano, bizantino, árabe, cruzado, otomano y británico; en gran medida sin autodeterminación. Sin embargo, a pesar de todo, el pueblo judío preservó su identidad, su fe y su esperanza de pacto. El renacimiento moderno de la nación de Israel en 1948 no es un accidente histórico, sino la manifestación visible del pacto de Dios.
No colonialismo, sino pacto
Las acusaciones de que el Estado de Israel busca expandirse mediante la conquista colonial o la limpieza étnica, distorsionan tanto la historia como las Escrituras. Lo irónico es que la actual difamación contra los judíos de anexionarse territorios con la visión de un "Israel más grande", no se origina en una ideología política, sino en el pacto que Dios hizo con Abraham.

En Génesis 15:18, el Señor declaró: «A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates». Esta promesa fue sellada unilateralmente por el Señor, así que si alguien desea un “Israel más grande”, es Dios quien lo prometió. Israel nunca ha poseído plenamente esta herencia, solo algunos vislumbres bajo Josué y Salomón, lo que demuestra que su cumplimiento pleno sigue siendo profético. Dios declaró este pacto eterno, y los profetas lo reafirmaron: Amós previó que Israel sería restaurado, que nunca más sería desarraigado (Amós 9:14-15), y Ezequiel prometió una reunificación del pueblo judío por amor al santo nombre de Dios, no por mérito propio (Ez 36:22-24; 37:21-22).
Lejos de ser un proyecto colonial, el Israel moderno forma parte de esta restauración divina continua. Puesto que «Dios no es hombre, para que mienta» (Núm 23:19), Sus propósitos de pacto prevalecerán, no mediante genocidio ni injusticia, sino mediante Su tiempo soberano y Su fidelidad. Para la Iglesia cristiana, esto exige claridad teológica y discernimiento profético: la restauración de Israel es una señal del plan redentor de Dios, y las naciones se miden según su trato a la Tierra y al pueblo de Su pacto. Derek Prince resume este principio: “Como las naciones han tratado a los judíos, así el Señor ha tratado a las naciones”.
El Señor juzgará a las naciones
El antisemitismo, manifestado en su máxima potencia como un rabioso sentimiento antiisraelí, no es un mero prejuicio social; es una afrenta directa al Señor y a Su pacto, y Él ha prometido castigarlo. El profeta Joel presenta una advertencia aleccionadora sobre el juicio futuro de las naciones: «Reuniré a todas las naciones, y las haré bajar al valle de Josafat. Y allí entraré en juicio con ellas a favor de Mi pueblo y Mi heredad, Israel, a quien ellas esparcieron entre las naciones, y repartieron Mi tierra» (Joel 3:2).
La afrenta al Señor es doble: dispersar al pueblo de Dios y dividir Su tierra. Tanto eruditos judíos como cristianos afirman que el Señor pedirá cuentas a las naciones. El rabino David Kimhi (también conocido como Radak), erudito bíblico y teólogo judío, explica que el Señor juzgará a las naciones por cómo trataron a Israel en el exilio —dispersando al pueblo— y por dividir la Tierra. Charles Spurgeon añade claramente: “La restauración de los judíos es segura; las naciones opositoras se verán enfrentándose al Señor”.
Hoy, esta realidad no es lejana ni abstracta. Desde el 7 de octubre, el antisemitismo ha aumentado en todo el mundo. Podcasters de alto perfil con millones de seguidores utilizan sus plataformas para difundir una retórica condenatoria y mentiras, alimentando teorías conspirativas y deslegitimando el derecho mismo de Israel a existir. Organizaciones activistas se movilizan bajo lemas que disfrazan el odio ancestral con lenguaje moderno, mientras que los principales medios de comunicación fabrican y difunden nuevos libelos sangrientos contra Israel. Aún más alarmante es que, quien paga el precio no es el gobierno israelí, sino la gente común judía que es atacada abiertamente e incluso asesinada, en las calles de Washington, Londres, París y Sídney. Las Escrituras muestran que estas acciones no son pasadas por alto, sino que quedan registradas en el cielo. El antisemitismo, en todas sus formas modernas, sigue siendo una rebelión contra el pacto de Dios y un rechazo a Su plan profético, y Él mismo ha prometido que será juzgado.
Parados firmes con Israel en medio de la rebelión de las naciones
Para todo cristiano, esto conlleva un mensaje de sobriedad y urgencia. Cuando los gobiernos o las sociedades se oponen al pacto del Señor con Israel, se oponen a un pacto que Él hizo consigo mismo, y deben ser conscientes de que Aquel que vela por Israel juzgará a las naciones en Su tiempo señalado. El Señor también está llamando a un remanente justo, aquellos que se mantendrán junto a Su 'pueblo del pacto', incluso en medio de una oposición generalizada.
Jesús (Yeshúa) mismo afirmó este principio en Mateo 25:31-46, donde separa las ovejas de las cabras. En el comentario de Thomas Constable para la comprensión del tema de las ovejas y las cabras en Mateo 25, explica que el juicio a las naciones se basa en cómo los gentiles tratan a los "hermanos" de Jesús, entendidos como el pueblo judío. Señala que este trato demostrará si los gentiles son verdaderos creyentes. En otras palabras, en las horas más oscuras del sufrimiento judío, la prueba moral y espiritual para los creyentes será inequívoca: ¿Permaneciste con el pueblo del Señor o les diste la espalda?
La pregunta que se nos plantea no es teórica, sino una realidad. Cada creyente, cada congregación, se enfrenta a una decisión: ¿Nos mantendremos firmes con Israel y honraremos las promesas del pacto del Señor? o ¿nos conformaremos a las corrientes predominantes del mundo? La respuesta no solo marca nuestra obediencia, sino también nuestra alineación con los propósitos proféticos del Señor en estos tiempos extraordinarios. El Señor busca activamente una Iglesia que se eleve por encima de todo, que se levante, se pronuncie y se alinee con Su pueblo del pacto, incluso cuando hacerlo implique un costo o un riesgo.
Dios está observando
El antisemitismo está en aumento, tal como advirtieron los profetas. El odio que vemos hoy no es nuevo, solo ha sido reinterpretado. Sin embargo, el Señor no ha cambiado, y Su pacto con Israel permanece inquebrantable. El mismo pacto que ha preservado al pueblo judío durante el exilio, la persecución y la dispersión, ahora llama a los cristianos fieles a responder con discernimiento, valentía y amor. El Señor observa a las naciones y a Su Iglesia. Israel es el reloj del Señor, y nuestra respuesta para con Israel, revela nuestra alineación con Sus propósitos. ¿Apoyaremos a Su pueblo del pacto o cederemos ante el espíritu de la época? Que seamos encontrados entre quienes bendicen, oran por y apoyan al pueblo judío —testigos vivos de la fidelidad del Señor— hasta el día en que el Mesías regrese y Jerusalén sea llamada la ‘Ciudad de la Verdad’ (Zac 8:3).
Bibliografía
Constable, Thomas. Expository Notes on the Bible. Matthew 25:31–46. Accessed August 28, 2025. https://www.studylight.org/commentaries/eng/dcc/matthew-25.html.
Gilbert, Martin. The Jews: A History. New York: Simon & Schuster, 1997.
Kaiser, Walter C., Jr. Toward an Old Testament Theology. Grand Rapids: Zondervan, 1981.
Kidner, Derek. Genesis: An Introduction and Commentary. Downers Grove: IVP, 1967.
Radak (Rabbi David Kimhi). Radak on Joel, in Mikraot Gedolot. English translation available on Sefaria. Accessed [August 28, 2025.]. https://www.sefaria.org/Radak_on_Joel
Spurgeon, Charles. Morning and Evening Devotional. London: Passmore & Alabaster, 1866.
Prince, Derek. Israel: God’s Timepiece. Derek Prince Ministries, 1999.
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