Desde Abraham hasta hoy: La historia ininterrumpida de Israel

La entrevista se filmó durante la Guerra de Doce Días entre Israel e Irán, pocos días antes de que Estados Unidos interviniera y atacara las instalaciones nucleares iraníes. El senador Cruz explicaba su inquebrantable apoyo a Israel, basado en la promesa de Génesis 12:2-3 de que Dios bendecirá a quienes bendigan a Israel y maldecirá a quienes lo maldigan. La conversación rápidamente cambió hacia la semántica: ¿Qué es exactamente "Israel"? ¿Sus fronteras? ¿Su gobierno actual? ¿Una entidad política?
La pregunta de Carlson fue oportuna, ya que la cuestión del apoyo a Israel dominó los titulares en medio de crecientes tensiones.
Para nuestros abuelos, “Israel” no era una pregunta. Fueron testigos del renacimiento del moderno Estado de Israel, no como una nueva nación, sino como la continuación de la Tierra de la Biblia, la Tierra Prometida del pacto, escenario de la mayor parte de las Escrituras y hogar de los descendientes del pueblo en sus páginas.
Sin embargo, entre la avalancha de desinformación actual, una afirmación ha ganado fuerza: que el Israel moderno no es el Israel de la Biblia y, por lo tanto, los cristianos no tienen la obligación bíblica de apoyarlo.
Examinemos esa afirmación.
Conexión de pacto
Dios le ordenó a Abraham (entonces Abram) en Génesis 12:1-3: "«Vete de tu tierra… a la tierra que Yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. En ti serán benditas todas las familias de la tierra»".
En Génesis 15:18, Dios especificó los límites de la tierra que le daría a Abraham, la cual, dicho sea de paso, es mucho más extensa que las fronteras del Israel moderno. Hizo un pacto con Abraham en el que daría la tierra a sus descendientes "como posesión perpetua" (ver Gn 17:7-8). Dios también reiteró estas promesas a Isaac y Jacob en repetidas ocasiones (ver Gn 26:2-5; 26:23-24; 28:12-15; 35:9-12; 46:2-4).
Este pacto no solo se extiende a los descendientes de Abraham, sino también a la nación que él engendró, la nación que Dios le prometió. Balac, un rey moabita, buscó al profeta Balaam para que maldijera a la nación de Israel. En Números 24:9, Balaam repite la promesa de Dios a Abraham: "Benditos los que te bendigan, y malditos los que te maldigan".

Dios hizo otro pacto con Moisés en el monte Sinaí en el que les dio a los israelitas las leyes a seguir con la promesa de que si obedecían, serían bendecidos, pero si desobedecían, serían maldecidos.
Israel desobedeció una y otra vez. Pero Dios nunca los rechazó. A lo largo del Antiguo Testamento, Dios le dice a Su pueblo que enfrentarían el exilio y el castigo por su desobediencia, pero que no los rechazaría ni los destruiría por completo, tampoco rompería Su pacto con ellos (Lev 26:44-45; Dt 4:29-31; Dt 30:1-6).
En Jeremías 31:37, Él subraya esa promesa en términos inequívocos: "«Si los cielos arriba pueden medirse, y explorarse abajo los cimientos de la tierra, también Yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hayan hecho», declara el Señor".
La fidelidad de Dios recorre las Escrituras como un hilo dorado. Y la nación de Israel es un reflejo de la humanidad en su conjunto: estamos quebrantados, caídos y somos desobedientes, pero Dios nunca abandona a Su pueblo, no por nuestra grandeza sino por Su grandeza. "«No es por ustedes, casa de Israel, que voy a actuar, sino por Mi santo nombre…»" (ver Ez 36:22-23).
Conexión antigua, inquebrantable y eterna
Por supuesto, el Israel moderno se ve diferente del Israel bíblico. Tras vivir en el exilio durante casi 2,000 años, el pueblo judío regresó a su patria ancestral en 1948 para reconstruir, aunque la presencia judía siempre ha permanecido en la Tierra.
El antiguo Israel era una teocracia gobernada por Dios y luego una monarquía gobernada por reyes imperfectos. El Israel actual es una democracia plena y libre —la única en Oriente Medio—, también gobernada por líderes imperfectos. Es un país diverso con una población judía de casi tres cuartas partes. Su espectro religioso varía, pero en gran medida honran los mandamientos de la Torá (Gn-Dt) observando el Shabat, comiendo alimentos kosher y guardando las festividades bíblicas y otras observancias religiosas. Hablan hebreo, el idioma que hablaban sus antepasados en el año 1200 a. C.
Incluso los judíos que han regresado a Israel desde la diáspora (fuera de Israel) aún pueden rastrear claramente su ADN hasta el pueblo judío original del Levante. Además, todavía conservan su cultura, herencia y tradiciones judías.

Evidencia bajo nuestros pies
Esta conexión de pacto no sólo está plasmada en las Escrituras, sino que está inscrita en piedra, enterrada bajo las colinas de Judea y estampada en las mismas monedas de Jerusalén. La Tierra misma da testimonio de que las raíces del pueblo judío aquí son antiguas e inquebrantables.
Cava en la tierra de Israel y encontrarás evidencia arqueológica de que ésta es tierra judía: el sitio arqueológico de la Ciudad de David; el camino de peregrinación que los antiguos peregrinos usaban para entrar a Jerusalén y adorar en el Templo; monedas inscritas con la palabra “Sión”; antiguas mikves (baños rituales); registros históricos como los Rollos del Mar Muerto; la lista continúa con evidencia aparentemente interminable de la vida judía en la Tierra.
Estas no son sólo reliquias. Son testigos silenciosos que vinculan al Israel actual con las personas y los lugares de las Escrituras.
Línea ininterrumpida, promesa inquebrantable
Desde las promesas bíblicas y los artefactos antiguos hasta el patrimonio, la cultura y las tradiciones actuales, ¿cómo podría ser el Estado moderno de Israel otra cosa que los descendientes de la nación que Dios prometió a Abraham? Por lo tanto, ¿cómo podríamos hacer otra cosa, como cristianos, que bendecir y apoyar a la nación que Dios llamó “la niña de Su ojo” (Zac 2:8)?
Esto no significa que veneremos ciegamente al Estado de Israel y a su gobierno como perfectos. Ninguna nación es perfecta. Pero esta es la Tierra de la Biblia, la herencia de nuestro Mesías, una nación cuya existencia por sí sola es un milagro tras siglos de ocupación, persecución y genocidio a manos de otras naciones.
Esta es la Tierra donde las profecías bíblicas nos dicen que el Salvador plantará Sus pies en los últimos tiempos (Zac 14:4). No esperes hasta entonces para sentir celo por Sión.
Traducido por Robin Orack – Voluntaria en Puentes para la Paz
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